Al tercer mes de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, ese mismo día, llegaron al desierto de Sinaí. Partieron de Refidim, llegaron al desierto de Sinaí y acamparon en el desierto; allí, delante del monte, acampó Israel. Y Moisés subió hacia Dios, y el SEÑOR lo llamó desde el monte, diciendo: "Así dirás a la casa de Jacob y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros habéis visto lo que he hecho a los egipcios, y cómo os he tomado sobre alas de águilas y os he traído a mí. Ahora pues, si en verdad escucháis mi voz y guardáis mi pacto, seréis mi especial tesoro entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; y vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa." Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.
(Exodo 19:1-6)
Para el pueblo de Dios, la liberación que comenzó en Egipto encuentra su culminación en el Monte del Señor. Hoy, para nosotros, sus hijos, ese monte no es Sinaí, sino el Monte de Sión (Hebreos 12: 22-24).
Para el Israel del Antiguo Pacto quedó bien claro que el escape de la esclavitud en la Pascua no sería completo si no hubieran recibido la Torá en el Monte Sinaí, la cual representa la “constitución” de la nación de Israel. Para nosotros, los que estamos en Su Gracia a través del Mesías, la liberación no estaría completa sin el Espíritu Santo implantándonos Su Instrucción en lo más profundo de nuestra esencia humana: nuestro espíritu.
El paradigma es claro y completo: ¡no sólo se trata de librarnos de la esclavitud del pecado, sino de aprender a vivir una vida en libertad que manifieste Su plenitud y abundancia!
En la dispensación de Su Gracia el propósito de la Ley encarnada en nosotros, no es “esclavizarnos” sino enseñarnos a vivir una mejor vida.
En conclusión, el mensaje del evangelio del Reino de Dios se fundamenta en que el escape del pecado no sería completo si no nos hemos sometido a la obediencia de la Palabra de Dios.
Shalom.
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