martes, 25 de septiembre de 2012

Yom Kippur: un día para diferenciar la redención de la expiación


“Con todo eso, Yahvéh quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de  Yahvéh será en su mano prosperada”
Isaías 53:10


La mención de la palabra expiación en las Sagradas Escrituras, apunta básicamente a la acción de cubrir el pecado.

Es eso lo que justamente hizo nuestro amado Mesías, Él extiende un manto de Justicia sobre nosotros para poder cubrir el pecado que nos impedía llegar a Dios.

Hoy nuestra certeza de lo que esperamos nos demanda detenernos y estudiar el significado de la palabra expiación.

Expiación en hebreo viene de la raíz Kaphar, que es definida por el diccionario hebreo como cubrir. Los invito a descubrir como el Rey David usa este concepto cuando escribió los Salmos.

"Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado"
(Sal 32:1).

"Perdonaste la iniquidad de tu pueblo; Todos los pecados de ellos cubriste"
(Sal 85:2).

Además, el diccionario hebreo sigue definiendo expiación como: aplacar, apaciguar, perdonar, pacificar, reconciliar, etc.

La idea que se encierra en esta palabra hebrea es reconciliar a los que antes eran enemigos.
La palabra hace referencia a la sangre del sacrificio como paga por las transgresiones, las que separaban las dos partes que ahora son llamadas a ser reconciliadas. "…siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su hijo…" (Ro. 5:10).

De esta manera, quedaba claramente establecido en la mente de cada israelita el sacrificio "elimina" la culpabilidad del pecado del hombre ante Yahvéh. La eliminación del pecado realiza la reconciliación entre el hombre y el Eterno Dios. Quizás esta es la razón por lo que los sacerdotes lo llamaron el "Día" o el "Gran Día".

Los eventos de ese Día de la Expiación contienen percepciones fenomenales dentro de las cosas que Jesús haría "…para expiar los pecados del pueblo" (He 2:17).

Nunca podremos comprender totalmente nuestra gran salvación hasta que nos familiaricemos íntimamente con los detalles relativos al Día de la Expiación.

Tiene bastante importancia destacar que la expiación difiere sensiblemente de la redención. En el libro de Éxodo se yergue el gran tipo de la redención, y en Levítico el de la expiación. La verdad en ambos se centra en la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. En la Antigua Alianza la redención fue la liberación de Israel del Faraón y de Egipto. En Su misericordia, Dios intervino para liberar al pueblo de la casa de servidumbre, y así como la Pascua (Pesaj) presentó su terreno justo en la sangre del cordero, así estaba allí la figura de la muerte y resurrección del Mesías en el paso del mar Rojo, o más bien de la muerte con Cristo, y por lo tanto de la fe viviendo para Dios. Pero esto no es tanto lo que se enseña en el libro de Levítico, sino  más bien un sacrificio por el pecado glorificando perfectamente a Dios dentro del Lugar Santísimo, y un testimonio al pueblo afuera de que sus pecados fueron confesados y llevados lejos para no ser recordados nunca más por Él.

En un solo día cada año en Israel se hacía una obra sacrificial que tenía por objeto hacer aptos al pueblo y a los sacerdotes para sus respectivas medidas de acercamiento a Dios. Ahora era un asunto, no de enemigos, ni siquiera de Israel siendo liberado, sino de conciliar con la santidad y justicia de Dios a un pueblo culpable e inmundo.

¿Podía Él reconocer, en relación de vida, a un pueblo con pecados y rebeliones sobre ellos? ¿Estaban ellos completamente incapacitados a causa de estas inmundicias de venir o a estar en la presencia de Dios en la persona del sumo sacerdote?

La expiación responde a la necesidad de ellos y a Su gloria; porque en ella Dios propuso para ese pueblo mientras estaba en el desierto - el lugar donde abunda la impureza y los hombres están siempre expuestos a ella -proporcionar un camino digno de Sí mismo y adecuado a ellos por el cual su representante podría acercarse a Él.

Yahvéh se propuso a Sí mismo darles un terreno de acceso a Su santuario, y esto de tal forma que no iba a haber ninguna disminución de Su carácter por una parte y, por otra parte, ninguna negación de la impureza de ellos, pero ambas cosas conocidas mucho mejor y sentidas más profundamente que antes. Sus males quedaban tan desnudos y exhibidos delante de Dios en ese gran día como nunca se había presenciado en otro día del año. Pero la misma institución que los exponía, también los cubría, juzgando, al mismo tiempo, y borrando su culpa, y esto, uno puede añadir, por medio del trato más severo por parte de Dios y la más solemne confesión de parte del hombre. No obstante, ese juicio no caía en el culpable sino en un sacrificio designado por Dios. 

Lo que vemos en el capítulo 16 de Levítico, por supuesto, no es sino una figura; pero la figura de una más bendita y eficaz realidad, del mayor interés para nosotros a quienes Dios ha revelado ahora su plenitud en la muerte de Cristo. Porque el Espíritu de Dios toma en el Nuevo Pacto esta figura de la expiación en Israel para mostrar, no simplemente que nosotros tenemos un sacrificio expiatorio así como ellos, sino que el de ellos no era sino una débil sombra y no la imagen misma de lo que la gracia nos ha dado ahora en la sola ofrenda de nuestro Señor Jesucristo. (Hebreos capítulos 9 y 10).

La muerte y resurrección de Jesucristo es el cumplimiento de todo lo que fue representado en el sistema expiatorio del Antiguo Pacto. Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo (2 Cor. 5:19). 

El sacrificio de Jesucristo y Su sumo sacerdocio garantizan nuestra "eterna redención." Lo que el  imperfecto sacrificio de los animales no puede hacer, Jesucristo lo hizo de una vez por todas para todos los que en Él creen.

Cristo nos representó en Su muerte. Él es nuestro sustituto. "Uno murió por todos" (2 Cor. 5:14). Hoy es nuestro abogado ante el Padre en defensa de nuestro caso, con Su sangre (1 Jn. 2:2). 

Dios gentilmente proveyó el sacrificio perfecto por nuestros pecados. Fue un acto de Gracia de Dios para el hombre pecador. La muerte de Jesucristo es lo que ofrece expiación por el pecador. Nosotros podemos venir ante la presencia de Dios solamente por la sangre (Mat. 26:28; Lc. 22:20; Col. 1:20). 

¡La expiación de Jesucristo es de una vez por todas, nunca se repite! Te invito a apropiarte de sus beneficios hoy mismo... ¡Quizás sea tu última oportunidad!

2 comentarios:

  1. Gracias a Dios por Jesucristo!
    Es maravilloso poder cada año entender este precioso regalo de que solo tenemos acceso al Padre por la sangre del Cordero inmolado, nuestro Señor.
    Una vez más Alabado sea el Señor hoy y por siempre.

    ResponderEliminar
  2. GRACIAS YASHUAH POR EL SACRIFICIO EN LA CRUZ!!

    ResponderEliminar