Cuando ayunamos, negarnos la comida
y la bebida nos ayuda a quitarnos las capas exteriores y a reconocer qué cosas
son realmente importantes para nosotros. Durante el resto del año es fácil
engañarnos a nosotros mismos. ¿Para qué vivimos? ¿Acaso ese delicioso almuerzo es lo que le trae verdadera
felicidad a mi vida?
Pero cuando vivimos sin esas comodidades, podemos
hacer una introspección más profunda. ¿Qué es lo que realmente le da
significado a mi vida? ¿Qué es realmente importante para mí? Cuando disfrutamos
lo superficial podemos distraernos con ello; cuando tenemos que dejar lo
superficial de lado, podemos ver más allá y reconocer qué es lo que realmente
nos importa.
Entonces, el primer paso hacia el arrepentimiento
es el ayuno. Minimizamos nuestros placeres físicos, las cosas que generalmente
creemos que nos hacen disfrutar de la vida. En cierto sentido esto es hacer
duelo por la pérdida, pero también nos ayuda a reordenar nuestras prioridades:
a quitar lo secundario y a entender la esencia de la vida. Al negar lo físico
reconocemos que, en esencia, somos personas espirituales. Las comodidades
mundanas son sólo un medio hacia la felicidad, no el objetivo.
Después, cuando ya hemos absorbido este mensaje
básico, podemos hacer el duro trabajo del arrepentimiento. Podemos analizar con
cuidado nuestro comportamiento y encontrar lo que hicimos bien y lo que
necesita ser mejorado. El primer paso es conocerse a uno mismo, observar más
allá de las comodidades y las superficialidades en las que tan a menudo nos
encontramos sumergidos y darnos cuenta de quiénes somos en realidad.
Sentir hambre en un nivel físico nos ayuda a acceder al concepto de “deseo” y “necesidad” en un nivel espiritual. La exigencia del ayuno en los días en que se necesita arrepentimiento nos ayuda a activar el anhelo que tenemos de andar por una senda que conduce a un mundo mejor. Cuando esta herramienta es utilizada, en lugar de ignorada, puede estimular nuestro arrepentimiento.
Ayunar es difícil, pero es esta dificultad lo que
nos da la oportunidad de conectarnos con el Eterno Dios de un modo más poderoso. La
sublimación de nuestro deseo de comer en favor de la orden de ayunar es una
ofrenda en sí misma. Además, aprovechar el vacío que crea el ayuno para llegar
a un nivel más profundo de arrepentimiento, junto con el sacrificio que podemos
“ofrecerle” a Dios, convierte al ayuno en una oportunidad preciosa para
conectarnos con la voluntad de Dios que es buena, agradable y perfecta (Romanos
1:3).